miércoles, 31 de julio de 2013

Tradiciones, Mitos y Leyendas: ZARAGOZA (4)



Según relato de D. Pablo Claramunt
CAPITULO IV
Cesar-Augusta
Marco Agripa, cónsul y general romano.-- Levantamiento de los asturianos. -- Llegada de César Augusto á Agripa. -- Fundación de la ciudad y favores que le dispensó el emperador.--Su construcción.
La ciudad antidiluviana, cuyo nombre nos es desconocido; la antigua Auripa, como la denominaría Túbal; Salduba, según la bautizaron los iberos, fundándose en los terrenos salitrosos que la rodearan, desapareció como tantos otros pueblos de la Península ibérica, ante la ambición de los hombres siempre desmedida y nunca satisfecha; pero su situación, su inmensa llanura, su tierra feraz y su fructífero suelo no podían pasar desapercibidos á los ojos de los hombres, que á la vez que guerreros eran pensadores y amantes de lo bello y de lo bueno; y así sucedió.
El cónsul romano Marco Agripa, yerno del emperador César Augusto, al pasar junto á la extinguida Salduba y observar tan inmenso como bello panorama, hizo alto y fundó una colonia agrícola, á la que dió su apellido, y desde entonces se la distinguía con el nombre de Agripa, y el emperador romano César Augusto concedió le autorización para que fabricase moneda, la primera que se conoció en Zaragoza, y cuyos signos eran, en el anverso la cara de Agripa, y en el reverso la figura del toro, que significaba la colonia, ornados ambos lados con coronas de laurel y proas de nave.
Sucedía esto á los 25 años antes de J.C. y entretenido Agripa en la reedificación de la colonia se hallaba, cuando recibió noticias de un levantamiento en Asturias.
Abandono este suelo, en el que había sentado sus reales; pero antes nombró gobernadores de su colonia á Seipión y Montano, con el encargo de la mejor administración y gobierno.
Llego á Asturias, venció á los insurrectos que al grito santo de independencia y libertad se alzaran y volvió á su colonia, donde le encontró César Augusto, que noticioso en Francia, donde se encontraba, del levantamiento de los cántabros, corrió en su auxilio para dominar la rebelión que habíanle anunciado, y no paró hasta dar con su pariente Agripa, á quien le encontró dirigiendo las obras de la que un día había de ostentar tan inmortales blasones como los que Zaragoza ostenta.
La hermosura del sitio donde se levantaba Agripa admiró á César, pero su admiración se troncó en asombro y respeto cuando supo que en el mismo punto donde posaba sus plantas existió Salduba, arrasada por el incendio después de haber sido pasados á cuchillo todos sus habitantes por los adversarios de su tío Julio César.
Animado el emperador César Augusto de bellos sentimientos humanitarios hacia sus más esforzados y valientes veteranos, ocurriósele fundar una población en la que pudieran dedicarse al sosiego y descanso aquellos hombres cuya lealtad y heroísmo por la defensa de sus armas les hubiera hecho acreedores á tan dignos como justa recompensa; y teniendo en cuenta que Salduba había sufrido tan terrible prueba por haberse declarado partidaria del pendón de Julio César, el sitio en que Agripa había fundado su colonia y el feraz suelo de que se hallaba rodeada, eligióle como su punto favorito y decidióse á levantar la ciudad.
Una bellísima mañana de primavera, á la salida del sol, hizo acampar el ejército romano en las orillas del caudaloso Ebro, mandó levantar una bonita tienda de campaña, coronando su cima magnifica águila imperial y junto á la tienda el ara preparada para el sacrificio.
A la hora señalada tocaron los clarines y César Augusto, cubierto con rica armadura de oro, acompañado de los generales, presentóse en el dintel de la tienda y junto al ara.
Los clarines y flautas, acompañadas de cítara, entonaron una sinfonía y dió principio la ceremonia, propia de aquellos tiempos cuando se trataba de sucesos de tal naturaleza.
Fueron sacrificadas las víctimas --un toro y una oveja-- sacáronles las entrañas, que fueron colocadas en magnificas bandejas de plata, presentáronselas al emperador, acompañadas de la frase: -"Solo bienes nos auguran los Dioses"- y colocadas en la pira, un sacerdote entrega á César Augusto un cofrecito con un cazo y mirra; toma un poco de esta materia resinosa y de olor fragante, la entrega en el cazo á Agripa y este vuelca los olorosos polvos sobre la pira é inmediatamente brota la llama que consume á las víctimas.
Terminada esta ceremonia, presentan al emperador dos bueyes uncidos con un ligero arado de ébano y reja ó dental de plata; toma la esteva, hace una señal al grito de ¡viva el Emperador! ¡Viva César Augusto! y comienzan á caminar los bueyes guiados por dos esclavos.
Al surco que trazo César Augusto le dió la forma de un polígono, teniendo cuidado de levantar el arado en los cuatro puntos cardinales, sitios designados para la colocación de puertas de entrada á la que muy pronto había de ser ciudad fortificada, y sobre una pequeña colina (hoy escuelas de La Caridad y municipales y antes los Graneros de la ciudad) colocó una banderola, indicadora de que aquel sitio había de ser importante fortaleza, á la vez que sirviera de prisión para los delincuentes.
Desde aquel momento ya no se pensó más que en la reedificación de la ciudad y reunidos gran número de obreros, artistas, útiles y herramientas y gran cantidad de piedra de las canteras de Gelsa (antes Julia Celsa), pronto se vió Agripa rodeada de gran muralla, que partiendo de la puerta del Sol, corría por la ribera hasta unirse al primer castillo ó fortaleza, convertida después en palacio y hoy en iglesia (San Juan de los Panetes), donde se colocó la segunda puerta, que la denominaron de Augusto, primero y después de Toledo, por dar frente á aquella renombrada ciudad.
Continuaba la espesa muralla formada de resistente argamasa y piedra de las canteras antes dichas, por todo lo que hoy es Mercado, calle de Cerdán, (antes Albarderia) y Coso, hasta llegar al Arco de Cineja (hoy calle de Cinejio) donde se levantaba la tercera puerta. Seguía la misma dirección hasta los Graneros o La Caridad, donde construyeron la principal fortaleza, según indicaba la banderola que colocó César Augusto, y continuó la muralla hasta juntarse con un templo levantado por ellos y dedicado á la Diosa Fortuna, (ahora Seminario Sacerdotal ó de San Carlos), y sin abandonar la línea trazada por el arado, fueron edificando la muralla hasta llegar al cuarto sitio destinado para puerta, que denominaron de Valencia, por hallarse frente á dicha ciudad, y que aún le conocemos los antiguos por el Arco de Valencia.
A partir de aquí diósele á la muralla un recorte para unirla al punto de partida, hoy convento del Sepulcro, donde además de ser otra fortaleza quedó abierta la primera puerta, ó sea la del Sol. Con lo que quedó la ciudad amurallada y fortificada con sus cuatro puertas mirando á los cuatro puntos cardinales.
Otro muro á bastantes metros de la ciudad y un bien construido foso diéronle á Agripa todo el carácter de una población eminentemente militar, que eran los propósitos de César Augusto; concedióle luego como blasón el león rampante de su escudo que con orgullo Zaragoza ostenta, la declaro libre de tributos y con derecho á la inmunidad, la constituyó en cabeza ó capital de 150 pueblos, entre los que citaremos á Pamplona, Calahorra, Huesca, Lérida, Tortosa, Alcañiz, Montalban, Cariñena, Arcos de Medinaceli, Guadalajara, etc. y no contento con todo eso, lo mismo que el padre lega á sus hijos el apellido, satisfecho de su obra, dióle su nombre, y desde aquella memorable fecha, 23 años antes de J.C. ya no era Agripa una colonia de modestas cabañas, sino una ciudad en que moraban en magníficos palacios los más ilustres magnates romanos y que se llamaba César Augusta.



viernes, 26 de julio de 2013

Tradiciones Mitos y Leyendas: Zaragoza III

Basado en la obra de D. Pablo Claramunt


CAPITULO III Agripa
Ocupaciones de los íberos -- De pacíficos habitantes se convierten en guerreros -- Malas noticias para Salduba. -- Derrota de Amílcar y su muerte.--Devastación de Salduba y reedificación de Agripa.
Hasta que Salduba recibiera el nuevo nombre con que encabezamos este capítulo, infinidad de tristes y graves sucesos se desarrollaron en la Península ibérica, ocasionados todos por los diferentes pueblos de Oriente y Occidente, que, ambiciosos de poseer las riquezas con que nuestro país les brindara en aquel entonces, á él acudían decididos á no perdonar medios hasta conseguir sus propósitos.
Pero como nuestra misión se refiere única y exclusivamente á dar lacónica, pero sucinta reseña de la gran historia de la por tantos títulos heroica y nobilísima ciudad, pasaremos por alto las guerras púnicas, toda vez que esto debe quedarse para los historiadores de los hechos de Aragón y de España.
Así, pues, diremos que los iberos en Salduba dedicábanse á la caza, al pastoreo de sus ganados y á laborar los terrenos feraces y llenísimos que á sus improvisadas y humildes viviendas circundaban.
Nada les preocupaba; solos, aislados, no parecía sino que estaban separados del resto del mundo: tal era la paz y ventura que gozaban, ignorantes de lo que es España y á pocas leguas de Salduba sucedía entre los naturales y fenicios, -nuevos invasores- primero, y después entre éstos y los cartagineses y romanos.
Dos siglos habían transcurrido así, y sin embargo, los habitantes de la pobre aldea Salduba (Zaragoza), continuaban en su pacífica y feliz existencia sin haber llegado á ella el más ligero grito de muerte y exterminio con que llenaban los aires los combatientes.
Como Salduba no había de quedar libre de las consecuencias de tan funestas guerras, un día vieron llegar sus habitantes á varios hombres que corriendo y rendidos por la fatiga fueron á caer junto á ellos.
A los gritos de ¡alerta! de tan inesperados huéspedes, los pacíficos aldeanos preguntárosles que quiénes eran y qué querían.
Los recién llegados pusiéronles al corriente de cuanto á corta distancia de ellos ocurría, diciéndoles que unos hombres feroces armados de cuchillas (se referían á los guerreros que mandaba Amilcar Barca) iban avanzando hacía aquel pueblo y que pronto morirían bajo sus terribles armas, serían talados sus campos y arrebatados sus ganados.
Ante tan funesto anuncio y convencidos los habitantes de Salduba de que era cierto cuanto los recién llegados les contaran, pronto cambiaron la honda por el arado y por el cayado la lanza, reuniéndose á poco numeroso ejército, que mandado por dos hermanos. Istolacio é Indortes, marcharon en busca de enemigos, que se encontraba en la falda opuesta del Moncayo, quedando Salduba habitada tan solo por inválidos, mujeres y niños.
Istolacio murió en la batalla, que fue terrible para los improvisados guerreros, pero Indortes, que pudo escapar con vida, juró vengar la derrota y muerte de su hermano. Reunió sus huestes, se agregaron otras y pocos días tardó en presentarse frente á Amilcar para disputarle el paso, pero con tan desastrosa suerte como en la primera.
Indortes, con diez mil hombres, quedó prisionero del general cartaginés Amílcar, pero conociendo este astuto militar lo difícil que era la custodia de tanta gente, les dió la libertad incondicional, menos al desgraciado Indortes á quien mandó crucificar.
Pronto llegó á Salduba la noticia de las dos derrotas y muerte de los dos hermanos, y con tan desagradable nueva nuevos refuerzos se aprestaron á la lucha decididos á disputar el paso á Amilcar; pero éste, al llegar al Ebro, supo que la suerte de sus armas le era adversa en la Bética (hoy Andalucía), cruzó á la orilla opuesta del río con ánimo de llegar a Tarragona, en cuyas costas se hallaban sus bajeles y de allí dirigirse a Málaga, por entender que este era el camino más corto y el menos expuesto á sufrir una avería.
Mientras, en Salduba se había reunido otro numeroso ejército, deseoso y ardiendo en ira por vengarse de las anteriores derrotas, pero pronto tuvieron noticia estos nuevos combatientes de que el triunfante Amilcar marchaba por el lado opuesto del Ebro; y efectivamente, pocos días después, los habitantes de esta población vieron desfilar junto á la opuesta orilla del río á los feroces invasores, contemplando aquéllos la disciplina y marcialidad de los guerreros, y éstos las cabañas é inmensa y feraz llanura de Salduba.
Entre tanto, el ejército que se improvisara en esta por entonces afortunada aldea, dirigiose hacia Fuentes de Ebro, por donde se cree lo cruzó, y reunidos en los llanos de Pina gran número de combatientes, pronto tuvieron ocasión de presentar batalla á Amilcar.
Creyó este, hasta entonces, afortunado general, que había de costarle muy poco ganar la batalla, pero sus armas fueron arrolladas, deshecho el ejército cartaginés que mandaba y él ahogado en las aguas del Ebro; pues ante tal desastre, antes que caer en manos de sus enemigos, al ver tan espantosa derrota, picó espuela á su caballo con ánimo de cruzar el Ebro, pero mal herido el corcel que montaba, no pudo resistir el empuje de las aguas, y antes de llegar al otro lado, caballo y caballero se sumergieron en el fondo del río.
Los vencedores, agitando al aire sus armas llenos de júbilo, hicieron votos por la libertad y la independencia de la patria y Salduba vuelve á gozar de la paz y ventura que antes disfrutaba.
Asdrúbal sucede á su suegro Amilcar, desembarca en España con numerosas huestes á los 226 años antes de Jesucristo, y uno de sus propósitos más fervientes es la venganza de sus antecesores y parientes.
Los saldubenses tienen noticia del arribó a España de Asdrubal y no se les ocultan sus aviesas intenciones ni las de sus sucesores, teniendo en cuenta que á las puertas de su aldea había sido deshecho Amilcar; mas hasta que esto ocurriera, se entregaron á sus diarias ocupaciones, mirando impasibles aquellas terribles luchas.
De vez en cuando llegaban á noticia de los saldubenses las espantosas catástrofes que los combatientes ocasionaban en toda la Península, y persuadidos de que algún día llegaría á sus viviendas la avalancha, procuraban de vez en cuando ponerse al corriente de cuanto sucedía, para que la catástrofe no les cogiera desprevenidos.
Corría el año 49 antes de J.C. y España era ya romana; sin embargo, la guerra no había concluido, Julio César y Pompeyo se disputaban el triunfo, los naturales del país se dividen en bandos, unos proclamando a Pompeyo y otros a César, y la guerra civil se enseñorea de nuestro desgraciado país.
Salduba escucha con regocijo las derrotas de Pompeyo y aplaude con entusiasmo á las victoriosas tropas de César, en cuyo favor se decide; pero cuando más olvidados estaban de las anteriores contiendas y menos temían, despiértense al oír lejanos sonidos de agudos clarines, inmensa polvareda les indica el camino que siguen los guerreros, y pronto se presentan ante su vista las armas de Pompeyo.
Pánico aterrador se apodera de ellos; los hombres mirábanse asombrados, los ancianos hincaban las rodillas é imploraban á sus dioses y las mujeres se mostraban llenas de espanto; en tanto, el ejército avanzaba y ya escuchaban el relinchar de los caballos; llegaron los enemigos á la aldea, encontrando breve pero heroica resistencia; y vencido aquel puñado de valientes,
Salduba fue entrada á saco y degollados todos sus habitantes; después, el fuego se encargó de no dejar más que humeantes escombros, hasta que Agripa, hijo político de César Augusto, al volver á Roma con los laureles de la victoria y pasar por las solitarias llanuras y ruinas de Salduba, le llamaron la atención y comenzó a reedificarla, dándole el nombre de Agripa.

martes, 16 de julio de 2013

Tradiciones, Mitos y Leyendas: ZARAGOZA (II)



Basasdo en el texto de D. Pablo Claramunt (1905)
CAPITULO II: Salduba
Prematura muerte de Túbal- Viaje de los Iberos--Instalación de éstos en Auripa.
¡Yo volveré! Murmuraba Túbal al perder de vista a Auripa, continuando su viaje aguas arriba del río Ebro; y la antes bella ciudad, según los restos que de ella existieran, quedó habitada por las inocentes golondrinas, (tan bienhechoras de las tiernas plantas), que colgaban sus nidos en las desvencijadas cornisas y de la diversidad de pájaros que revoloteaban alrededor de los derruidos edificios.
Pero Túbal no pudo satisfacer sus anhelantes deseos; sorprendióle la muerte en su triunfal carrera y bajó á la tumba arrastrando en pos de sí la suerte de la desgraciada Auripa.
No tardó mucho tiempo en extenderse entre los íberos, que en aquellos remotos tiempos ocupaban desde las vertientes del Cáucaso hasta las inmensas llanuras de Asiria, la fama de la tierra que descubriera Túbal en su expedición, y acosados todos por el deseo de admirar y explotar á la vez las grandes riquezas que de aquel país hasta entonces desconocido las contaran, pronto se concertaron buen número de ellos y acordaron dirigirse hacia la desconocida Península.
Audaces y guerreros por temperamento, proclamaron á un jefe que le denominaron Ibero, prepararon sus bajeles con rapidez pasmosa, y embarcados con sus familias, lanzáronse por los mares en busca de la tierra que tan ricos tesoros como hermoso panorama ofrecía, siguiendo el mismo camino emprendido por Túbal.
Llenos de febril entusiasmo y acosados todos por un mismo y constante deseo, dirigían sus naves con rumbo á la Península ibérica, é impelidos por viento favorable pronto divisaron los horizontes de aquel terreno que tan pingüe alojamiento les ofreciera.
Inmenso grito de júbilo resonó en todas las embarcaciones al llegar á las costas de España en el mar Mediterráneo; é Ibero, jefe de la expedición, á pesar de asombrarse de que nadie saliera á las playas á la llegada de los extranjeros, lo que le demostraba lo poco poblado que estaba el país, iba dejando en tierra á los que rendidos por la fatiga de tan largo viaje así lo solicitaban; es decir, hacía lo mismo que hizo Túbal al cruzar los mares con sus bajeles por vez primera y tocar en las costas de nuestra privilegiada tierra.
Navegando con el mismo rumbo que lo hiciera el desgraciado Túbal, pronto se encontraron los nuevos expedicionarios en unas costas (las de Tortosa), en las que desemboca el caudaloso Ebro, que ellos denominaron desde aquel momento Ibero; y guiados por su jefe, del que tomaron el nombre para bautizar al río que empezaban á surcar contra la corriente ó el curso de las aguas, admiraron asombrados los inmensos é incultos llanos, las escarpadas rocas, las floridas praderas, los ásperos peñascos, los amenos valles y pintorescas sierras, que ante su extasiada vista se presentaban, hasta llegar á una inmensa llanura que les convidaba á hacer alto en su penosa excursión.
Así lo hicieron, y echando pié á tierra, maravillados de tan bello panorama como el que ante sus ojos se presentaba, empezaron á recorrer la inmensa planicie, descubriendo á pocos pasos restos magníficos, aunque ruinas tristes, de la grandiosa Auripa, según la había denominado Túbal, y convencidos muchos de los iberos de las riquezas de aquel suelo, virgen todavía, pudiera proporcionarles, pronto rodearon á su jefe diciéndole, según varios autores:
"Las ruinas de este pueblo son muchísimo más preciosas que muchas ciudades que hoy se levantan; permitidnos habitarlas y dadnos un patriarca que nos dirija."
Accedió á sus pretensiones Ibero, jefe de la expedición; dictóles breves pero sabias leyes que les gobernasen, dioles armas y ganados, y encargándoles el cumplimiento exacto de cuanto les ordenaba, alejose de los derrumbados muros de Auripa acompañado de algunos iberos y siguió su impertérrita marcha hasta encontrarse con los descendientes de Túbal, á quienes buscaba con objeto de ofrecerles la paz ó la guerra.
Y desde estos momentos empieza ya la historia de Zaragoza después del diluvio.
Poco tardaron los iberos en alzar sus cabañas recostadas sobre los derruidos paredones, y el sol empezó á iluminar los pajizos techos de aquellas viviendas, tan solo para resguardarse los nuevos habitantes de los rigores del tiempo.
Dedicábanse al pastoreo de sus ganados en las inmensas praderas que tan feraz suelo les brindaba, y á poco ocurrióseles buscar nombre propio al pueblo que empezaban á fundar.
Discurriendo sobre punto tan importante, é ignorando á la vez el nombre de Auripa que le diera Túbal, buscaron no en balde titulo que darle, y fundándose en las ricas y abundantes salinas que á la entonces aldea circulaban diéronle el nombre de Salduba.

jueves, 11 de julio de 2013

Tradiciones. Mitos y Leyendas: EL RÍO EBRO (II parte)


Por José Ramón Marcuello Calvín
Reproduzco la página 4 de este autor en libro: Mitos, leyendas y tradiciones del Ebro, Realizado para la Confederación Hidrográfica del Ebro
En un intento de enlazar algunas de estas conjeturas de origen bíblico con los primeros testimonios documentales de las fuentes clásicas, otros autores han creído de buena fe que el nombre primitivo del río sería el de Bero o Baro, del que tomarían a su vez su nombre los berones, pueblo prerromano que se asentó en las riberas de la actual comunidad de La Rioja.
En los primeros autores grecolatinos -Herodoro, Apollodoro, Polibio, Estrabón, Ptolomeo, Appiano, Dion Cassio- aparece citado como Iber o Ibero, mientras en las fuentes decididamente latinas aparece ya citado como Hiberus (Catón, Mela, Plinio, César, Silo Itálico, etc.):.
En una fuente latina tardía, pero que bebe en un rotero de los griegos de Marsella fechado hacia el año 550 antes de Cristo -se trata de Avieno, autor del famoso poema Ora Marítima-, aparece citado como Oleum Flumen, hidronimo que haría referencia al habitual tráfico de embarcaciones cargadas de aceite por el río. Esta misma referencia al río del aceite o de los aceitunos la encontraremos, siglos después, en algunas fuentes árabes, aunque casi siempre relacionada con el Cinca, no con e! Ebro.
No faltan teorías que apuntan hacia un origen indoeuropeo del hidrónimo como sinónimo de "río" e, incluso, procedente del vasco ibai ("corriente de agua"). Otros autores lo emparentan con el griego iberis, especie de berro muy abundante en las zonas pantanosas, o con el fenicio ibrim o eberim, interpretado como sinónimo de "término" o "extreme".
Sea como fuere, el hecho de ser navegable desde tiempos muy remotos y el río más caudaloso de la Península permite concluir que, pese a la existencia de otros Iber en otras latitudes, cuando las fuentes grecolatinas hablan del Iber o del Hiberus se están refiriendo. en propiedad, al actualmente conocido como el Ebro (y que las fuentes árabes, por simple homofonía, citan siempre como wadi Ibro).
Al margen del origen concreto del hidrónimo, le que parece seguro es que, siguiendo una tradición fuertemente arraigada entre los pueblos prerromanos que habitaban sus riberas, el Ebro -cerne t odas las corrientes de agua, fuentes, etc., por otra parte- fue, durante siglos, objeto de culto y veneración por parte de dichos pueblos. 
Este culto -que se enriquecerá, probablemente, con la devoción romana por los númenes y ninfas que poblaban ríos y fuentes- debió de permanecer muy arraigado hasta bien entrada la Edad Media, a juzgar por la expresa y reiterada prohibición de estas prácticas hechas por numerosos obispos, sínodos y concilles.

martes, 9 de julio de 2013

Tradiciones, Mitos y Leyendas: EL RÍO EBRO



El Río EBRO Parte 1
El río Ebro es el río más caudaloso de España, y el segundo de la península ibérica después del Duero (caudal medio de 600 m3/s para el Ebro, frente a los 675 m3/s del Duero en su desembocadura en Oporto). Es además el segundo río más largo, por detrás del Tajo. Discurre enteramente por España, donde ocupa la primera posición entre los ríos que nacen y desembocan netamente en el país, tanto por su longitud como por su caudal.
Recorre el extremo nororiental de la península ibérica, a través del valle que lleva su nombre, situado en una depresión. Sigue una dirección noroeste-sureste desde su nacimiento en la Hermandad de Campoo de Suso, en Cantabria, hasta el mar Mediterráneo, en el que desemboca formando el delta del Ebro, entre los términos municipales de Deltebre y San Jaime de Enveija.
El río tiene una longitud total de 930 km. Su cuenca hidrográfica es la más extensa de España, con una superficie de 86.100 km2. Ésta se distribuye, además de España por Andorra y Francia.
El Ebro atraviesa siete comunidades autónomas españolas: Cantabria (donde nace), Castilla y León, La Rioja, País Vasco, Navarra, Aragón y Cataluña (donde desemboca).
Además, su cuenca hidrográfica también drena territorios de la Comunidad Valenciana (río Bergantes) y Castilla-La Mancha.
Dos capitales de comunidad autónoma, Logroño y Zaragoza, son bañadas por el río Ebro
Historia
Son muchos los historiadores que se han ocupado del origen del nombre (hidrónimo). Esto es no tanto por el nombre del rio, si no por la circunstancia de haber dado nombre a la península (Península Ibérica, España y Portugal) así como a uno de los principales pueblos prerromanos (Iberos) que poblaron la península.
Si partimos de la biblia, hubo un diluvio Universal que destruyo las civilizaciones humanas existentes, salvo la de Noe y sus descendientes. El nombre de Iber derivaría de Eber, primo de Tubal, (nieto de Noe) considerado como el primer navegante por el Ebro.
Otros estudiosos consideran que el nombre de Ebro proviene de Ibero, descendiente de Tubal y fundador de varias poblaciones a las riberas del río.
Para otra serie de Historiadores, su nombre deriva del antiguo topónimo Hiber (Hiberus Flumen), que da también nombre a la Península Ibérica y a los pueblos íberos, adaptación latina del término griego Ίβηρ (Íber), que recogen las numerosas fuentes historiográficas griegas, que significaría ribera o margen del río.
En efecto colonos griegos se establecieron un poco más al norte hacia el 575 a. C. en la importante colonia de Ampurias (del griego antiguo μπόριον, que significa mercado o almacén comercial) en la actual provincia de Gerona. De ahí que el término de Iberia originalmente deriva del nombre mismo del río Ebro.

jueves, 4 de julio de 2013

TRADICIONES, MITOS y LEYENDAS:ZARAGOZA (1)



CAPITULO I Auripa

Viaje de Túbal por el Mediterráneo.- Admiración de los expedicionarios al llegar a las ruinas de Auripa.
Densa oscuridad nos impide dar cuenta de los tiempos primitivos; mas apelando á respetables autores, trazaremos á grandes rasgos lo que aquéllos nos legaron.
Corría el año 263 antes de Jesucristo, cuando Túbal, abandonando las costas que bañan la pintoresca Grecia, se internó en el mar Mediterráneo, dirigiendo siempre sus naves hacia el ocaso del sol.
Navegando en la dirección indicada, poco tardó en presentarse á su vista el nuevo país, admirando con entusiasmo sus ricas aguas, la fertilidad de sus tierras, sus riberas, ora cubiertas de verdes campiñas ó de elevados peñascos, ora coronada de inmensos promontorios, ricos en metales de todas clases y mármoles de diversos colores que semejaban al precioso arco iris.
Admirado de la sin par belleza que á los ojos de Túbal se presentaba, así como iban avanzando sus naves, decidióse á dejar huellas de su paso por el país que visitaba, alzando aldeas y pueblos y dejando en ellas para poblarlas á varios de los que en su excursión le acompañaban.
Así caminaba, hasta llegar á la desembocadura en el Mediterráneo, de un gran río, hacia el que dirigió sus barcos, y cruzando las soberbias llanuras, inmensos bosques, elevadas montañas y valles de rica vegetación, llegó á la confluencia de dos ríos, uno frente del otro, sobre el que navegaba, divisando á la vez á su derecha, y casi perdiéndose en el horizonte, los Pirineos; al frente un monte colosal denominado hoy el Moncayo y á su izquierda, un poco más arriba de la confluencia de los dos ríos Gállego y Huerva, una gran llanura, en la que todavía existían inmensos cimientos de edificios, hermosos pórticos medio derruidos y grandes palacios derrumbados; dandole todo ello á conocer que en aquella llanura debió existir importante ciudad, antidiluviana, según Plinio, Murillo y otros célebres autores.
Admirados los expedicionarios de tan inmensos como frondosos y exuberantes terrenos, llanos como la palma de la mano y de tan ricos como preciosos vestigios de grandiosa población, fundada en las mismas orillas del caudaloso y aurífero río, abandonaron sus naves y exparciéronse por las ruinas de aquella antes inmensa ciudad y en aquel entonces habitada tan solo por las variadas clases de insectos y pájaros.
La supuesta riqueza de lo que aquella gran población fué, les llenó de admiración y entusiasmo y no dejó de cruzar por la imaginación de Túbal la gigantesca idea de reedificar aquella derruida ciudad, laborar sus campos y devolverle á su antiguo esplendor; mas sin duda alguna, falto de personal para caminar por el rumbo emprendido si dejaba el que aquellos inmensos terrenos necesitaban y pedían, y temeroso á la vez de cometer un grave pecado si dejaba poca gente, decidiose á abandonar con todos sus expedicionarios, no sin volverse á ella hasta perderla de vista y dirigir sus oraciones al Cielo, rogando á sus Dioses al despedirse de Auripa,- cuyo nombre le dió Túbal por los granos de oro que entre sus arenas contenía el río por el que aguas arriba navegaba,- le concediera las fuerzas necesarias para volver y dedicarse á su reedificación.
Pues continuamente se le oía murmurar: ¡Ya volvere!
Y Auripa -- Zaragoza -- quedó tan solitaria como lo estuvo después del diluvio hasta la pasajera visita que recibiera de Túbal.