SANTO DOMINGUITO DE VAL
El 31 de Agosto de 1250 sufrió martirio, en Zaragoza, Santo Dominguito de Val
¿Quién fue Santo Dominguito
de Val?
Fue un niño zaragozano que -según reza la tradición,
celosamente guardada por la Iglesia de esta diócesis a lo largo de los siglos-
sufrió el martirio a manos de algunos judíos de la aljama de la ciudad el
31-VIII-1250, reinando Jaime I y rigiendo la sede cesaraugustana
el obispo don Arnaldo de Peralta, en el pontificado de Inocencio
IV.
Dominguito, de siete años de edad, hijo del notario Sancho de
Val y de su mujer Isabel era infante de coro del templo de Salvador (La Seo) de
Zaragoza, y fue atraído engañosamente por un judío llamado Albayuceto, quien lo
entregó a otros correligionarios para renovar en él la pasión de Cristo.
Crucificado en una pared con tres clavos y abierto su costado,
ocultaron su cuerpo en la ribera del Ebro tras seccionarle la cabeza y los pies
hasta que unos barqueros que vigilaban sus embarcaciones en el río dieron aviso
a las autoridades eclesiásticas y civiles de las extrañas luces que (luego se
comprobó) manifestaban el lugar exacto del enterramiento del infante.
Descubiertos sus restos mortales, fueron llevados a San Gil,
parroquia del mártir, y después trasladados con toda solemnidad al templo
catedralicio, donde fueron depositadas y veneradas sus reliquias durante siglos
por todas las generaciones de piadosos zaragozanos, y muy especialmente por los
infantes de la escolanía de la ciudad (infanticos del Pilar), que le tienen por
protector y patrono.
Los hechos históricos fueron
mas o menos como siguen, según nos narra el autor José Ramón Marcuello.
La animadversión de los
cristianos hacia los judíos proviene, en muy buena medida, de los recelos y envidias que suscitaba entre la
población eí poder económico de la mayoría
de las comunidades judaicas, muchos de cuyos miembros se dedicaban a los
negocios del préstamo y la banca.
De las dieciséis aljamas o juderías de Aragón, la de
Zaragoza era, con mucho, la más poderosa e influyente. Los
monarcas solían acudir a los judíos zaragozanos
para financiar sus empresas más costosas. Así consta, por ejemplo, que
Jaime I concedió protección
amplia a veces a sus judíos y así, en Í247. les eximió de abonar lezdas, peajes
y portazgos por las caballerías en que viajaban y en todos los lugares de su
reino; otras veces, eran exenciones temporales, como durante un trienio en 1269, de todo impuesto a cambie
de un donativo de veinte mil sueldos que el
rey precisaba para montar su famosa expedición a
Tierra Santa
Ello no impedía, sin embargo,
que los monarcas, presionados por les pontífices
de Roma, cercenaran, con tanta frecuencia como dureza, la libertad religiosa de los judíos, como sucedió, por
ejemplo, en 1235, en que e propio Jaime I prohibió las
traducciones hebraicas de la Biblia a la vez que desataba una
auténtica caza de herejes.
Y es, sin duda, en este marco
de animadversión social y de tensiones religiosas en el que hay que situar el martirio de Santo Dominguito
de Val. suceso totalmente real acaecido
en Zaragoza en el año 1250. Todos los testimonios
históricos coinciden en la veracidad del secuestro y posterior ases -nato de Dominguito, un infantico del Pilar hijo del
notario zaragozano Sancho de Val y de Isabel Sancho,
perpetrado por un miembro de la aljama judia llamado
Moseh Albayaceto. El suceso tuvo lugar cerca de la sinagoga, ubicada donde hoy
se levanta el Seminario de San Carlos -y que, por elle, e nombre del joven infantico figura en una calle
adyacente- y estuvo motivado: por la siguiente cuestión:
Dice la tradición, según reza
en la memoria del archivo de la Seo. que la
aljama de los judíos, sometida a tributaciones especiales, se reunió para decidir que quedaría libre de cualquier tipo de
cargas económicas quien entregase un niño
cristiano, con cuyo cuerpo se repetirían y renovarían los eo-sodios de la Pasión de Cristo, terminando por su
Crucifixión. Un judio ,llamado Moseh Albayaceto raptó al niño, que entregó,
atado con cuerdas, a la aljama de los
judíos.
Fue crucificado contra una
pared con tres clavos, jh en cada mano y el tercero sobre ambos pies,
hiriéndolo de una lanzada en un costado y muriendo el niño
entonando cánticos.
Muerto Dominguito, le cortaron la cabeza y las manos y las arrojaron a un pozo, enterrando
secretamente el cuerpo en otro lugar.
Hasta aquí, el relato de un
truculento suceso con todas las apariencias de haber
acontencido realmente. Pero lo que aquí más interesa son los elementos prodigiosos que, según la tradición -que
se fundamenta, sin duda, en los relatos posteriores de autores como J.
F. Andrés, Dormer, Blancas, etc.-,
envuelven la figura, muerte y descubrimiento del cuerpo del infantico martirizado.
En la copiosa documentación
acerca del suceso que se conserva en los arhivos de la
Seo, se subraya el carácter premonitorio o de predestinación del hijo del notario Sancho de Val ya que, cuando
nació, apareció sobre su cabeza una
pequeña corona y una cruz grabada en el lado derecho de su espalda.
Pero lo más prodigioso de todo fue, sin duda, la
forma en que su cuerpo decapitado fue
hallado a orillas del Ebro. Cuenta la tradición que unos pescadores de las Tenerías -el barrio zaragozano
en el que residía la mayoría de los
navegantes fluviales y los pescadores, además de los curtidores, de los
que tomó su nombre- vieron un día sobre el Ebro una luz brillantísima.
La luz les señalaba un
pasadizo que unía el barrio con el atracadero o puerto fluvial que había en la
ribera derecha del río.
Siguiendo la dirección de la
prodigiosa luz, el vigilante del puerto halló en
la ribera el cuerpo martirizado de Santo
Dominguito, cuyos restos fueron trasladados, para su pública veneración,
primero, a San Gil y, a partir del año 1600, a la catedral del Salvador o la Seo,
donde se erigió una capilla al pequeño mártir.
La tradición señala un último prodigio obrado por el
santo infantico -que, desde entonces, es
patrón de los niños cantores del Pilar-. Pocos días después del hallazgo de su cuerpo a orillas del
Ebro -la cabeza y las manos aparecieron
en un pozo de la ciudad-, Santo Dominguito fue visto arrodillado en el templo y, sacado en procesión por la
ciudad, obró -según diversos testimonios muy posteriores a su martirio-
numerosos prodigios.
Fuentes: GEA y José Ramón Marcuello