martes, 5 de febrero de 2013

JUAN II y LOS CATALANES (Parte 2)



La actuación catalana con respecto al reino, es confusa. Por supuesto la finalidad es el destrona­miento de Juan II, al menos en el Condado de Barcelona (Cataluña), por lo que en un principio tanto a Aragón como a Valen­cia, el consejo de Cataluña, órgano máximo de deci­sión rebelde, sólo solicitó la neutralidad, no la adhe­sión a la sublevación. 
Cuando deciden proceder a la elección de nuevo monarca, los catalanes muestran la herida abierta dejada por el Compromiso de Caspe y cincuenta años después del triunfo político de Aragón, el principado intenta deshacer su obra y construir otra él solo, llamando a reinar a los des­cendientes de los candidatos rechazados, aunque, paradójicamente, el primer elegido es otro caste­llano, Enrique IV, otro Trastámara, con menores derechos que Fernando de Antequera, pero que por cuestiones de defensa y de alianzas internacionales les era más útil, igual que el primer Trastamara lo había sido para Aragón.
En 1463, tras la renuncia de Enrique IV, el Consejo catalán acepta el ofrecimiento del condestable Pedro de Portugal, descendiente del conde de Urgel, el gran derrotado de Caspe. Esta decisión, más acorde con la tradición política catalana es, sin em­bargo, un fracaso en el plano militar y diplomático. 
Aragón inicia un acercamiento general al bando rea­lista; el partido catalanista en el reino está aislado en el sur, sin función estratégica y sin fuerza para cau­sar serios trastornos. El principal problema aragonés se centra en la anarquía interna, en los continuos enfrentamientos entre grupos de nobles, sin ideal político; pero a pesar de todo, estos mismos nobles que luchan a muerte entre sí, no dudan en prestar su concurso en el ejército real, y las ciudades y villas que sufren las consecuencias de estas luchas inter­nas, arbitran medios para socorrer con gentes de armas y dinero al monarca. 
Las Cortes de 1466-1468 acuerdan la ayuda con tropas, se aprueban sisas sobre el pan y el vino y, a instancias del rey, envían una embajada a Barcelona. Todo esto significa la adopción firme de una postura contraria a la sublevación, tomada por el órgano de representación ara­gonés. Al mismo tiempo se recibe la jura del infante Fernando como Gobernador General, rey de Sicilia y corregente de su padre en el gobierno de Aragón.

No hay comentarios:

Publicar un comentario