El problema del Príncipe
de Viana, y la guerra civil en Navarra sirvió de detonante a un levantamiento
general en el condado de Barcelona (Cataluña) que se prolongó por espacio de
diez años y estuvo a punto de provocar la ruptura de la unidad de la Corona de
Aragón.
La situación social,
económica y política del condado de Barcelona
(Cataluña) atravesaba, desde hacía ya un siglo, una profunda crisis.
La Peste Negra y sus
consecuencias, y el crack económico del último cuarto del siglo XIV, habían hecho perder la hegemonía de Cataluña en el
conjunto aragonés.
El Compromiso de Caspe y
la entronización de la dinastía castellana, con los desfavorables resultados
para la evolución política de sus reinos y condados, había generado un fuerte rechazo en los
condados catalanes.
En general, el problema
ciudadano, el campesino y el dinástico, aunque independientes en su desarrollo,
coadyuvaban a crear unas condiciones favorables para la explosión incontrolada,
cuyos principales objetivos serán la lucha contra los monarcas de la dinastía
Trastámara y la separación de la Corona de Aragón.
El panorama interno del
reino a comienzos de los años sesenta no puede compararse con el del Cataluña.
La evolución de las instituciones políticas y sociales era muy distinta, pues
lo que en Cataluña se traducía en movimientos estamentales de matiz pactista,
en Aragón, sólo constituía reacciones particulares, menos interesadas en alterar
las estructuras de la monarquía que de conseguir privilegios individuales.
Tampoco la cuestión económica,
en regresión con respecto a decenios anteriores, presenta gravedad, pues los
beneficios y la mejora de la expansión comercial de la primera mitad del siglo,
no habían calado hasta las capas bajas de la sociedad, ni habían alterado las
estructuras sociales ni afectado á la base agropecuaria del reino, lo que significaba
que el retroceso momentáneo sólo interesaba a un número limitado de grandes
fortunas, que habían invertido las ganancias en bienes raíces o en censales y,
por tanto, sólo ligeramente se podían sentir en peligro.
Aragón se había convertido
ya, tras sus veleidades revolucionarias de finales del siglo XIII, en un territorio tradicional y tradicionalista, poco
o nada dispuesto a propiciar cambios, aferrado a unas estructuras asentadas en
unos principios inamovibles: el Derecho, las Instituciones, la Tierra y la
Sangre.
Cuando en Cataluña se
inició el levantamiento, en apoyo del Príncipe de Viana, la aceptación aragonesa
fue muy tímida y restringida. La muerte de Carlos de Viana dejó sin efecto
cualquier levantamiento y las Cortes no
tuvieron inconveniente, a pesar de no contar con la edad necesaria, en
jurar como heredero al infante Fernando.
Cuando unos meses más
tarde, desde agosto de 1462, la sublevación catalana alcanzó proporciones
importantes y el condado se ofreció al monarca castellano Enrique IV, en el reino se perfila un bando catalanista, en el
sentido de prestar su apoyo a la política de Cataluña en contra de Juan II; al frente de este partido, fomentado por el propio
Enrique, se situaron Jaime de Aragón, hijo del duque de Gandía, en la zona de
Albarracín, y Juan de Híjar, también en el sur del reino, a los que se
adhirieron Alcañiz, Aliaga, Castellote y luego, por conquista, La Zaida, La
Almolda, Albentosa, Rubielos y Sarrión, constituyendo un pasillo directo que
ponía en contacto Castilla con el Ebro y Tortosa;
igualmente en la zona de Veruela, hubo un movimiento de captación por
parte de los castellanos, que alteró la región y puso en serios peligros a Tarazona,
Borja, Magallón y otras poblaciones que tradicionalmente sufrían las
consecuencias inmediatas de un enfrentamiento Aragón-Castilla,
Pero
el que estos núcleos minoritarios y muy interesados se pusieran al lado de los rebeldes, no
quiere decir que el reino se inclinara en
seguida por este camino, sino más bien, que unos pocos elementos tomaron
los dos partidos posibles y el grueso se mantuvo a la expectativa.
Así, mientras otros
nobles y lugares (el arzobispo de Zaragoza, Pedro de Urrea, Martín de Lanuza,
Felipe de Castro, Juan de Luna, Berenguer de Bardají, Rodrigo Rebolledo, etc.)
apoyaban al rey y participaban en las primeras acciones militares, las Cortes
del reino reunidas en Zaragoza en 1463, bajo la presidencia del infante Fernando,
negaron auxilio oficial al monarca Juan II, a nivel conjunto, aunque a título
particular siguieron los señores y los municipios ayudando con tropas y dinero.
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