domingo, 27 de enero de 2013

JUAN II y LOS CATALANES (Parte I)



 El problema del Príncipe de Viana, y la guerra civil en Navarra sirvió de detonante a un levantamiento general en el condado de Barcelona (Cataluña) que se prolongó por espacio de diez años y estuvo a punto de provocar la ruptura de la unidad de la Corona de Aragón.
La situación social, económica y política del condado de Barcelona  (Cataluña) atravesaba, desde hacía ya un siglo, una profunda crisis.
La Peste Negra y sus consecuencias, y el crack económico del último cuarto del siglo XIV, habían hecho perder la hegemonía de Cataluña en el conjunto aragonés.
El Compromiso de Caspe y la entronización de la dinastía castellana, con los des­favorables resultados para la evolución política de sus reinos y condados, había generado un fuerte rechazo en los condados catalanes.
En general, el problema ciudadano, el campesino y el dinástico, aunque independientes en su desarrollo, coadyuvaban a crear unas condiciones favorables para la explosión incontrolada, cuyos principales objetivos serán la lucha contra los monarcas de la dinastía Trastámara y la separación de la Corona de Aragón.
El panorama interno del reino a comienzos de los años sesenta no puede compararse con el del Cataluña. La evolución de las instituciones políticas y sociales era muy distinta, pues lo que en Cataluña se traducía en movimientos estamentales de matiz pactista, en Aragón, sólo constituía reacciones particulares, menos interesadas en alterar las estructuras de la monarquía que de conseguir privilegios individuales.
Tampoco la cuestión económica, en regresión con respecto a decenios anteriores, presenta gravedad, pues los beneficios y la mejora de la expansión comercial de la primera mitad del siglo, no habían calado hasta las capas bajas de la sociedad, ni habían alterado las estructuras sociales ni afectado á la base agropecuaria del reino, lo que significaba que el retroceso momentáneo sólo interesaba a un número limitado de grandes fortunas, que habían invertido las ganancias en bienes raíces o en censales y, por tanto, sólo ligeramente se podían sentir en peligro.
Aragón se había convertido ya, tras sus veleidades revolucionarias de finales del siglo XIII, en un territorio tradicional y tradicionalista, poco o nada dispuesto a propiciar cambios, aferrado a unas estructuras asentadas en unos principios inamovibles: el Derecho, las Instituciones, la Tierra y la Sangre.
Cuando en Cataluña se inició el levantamiento, en apoyo del Príncipe de Viana, la aceptación aragonesa fue muy tímida y restringida. La muerte de Carlos de Viana dejó sin efecto cualquier levantamiento y las Cortes no tuvieron inconveniente, a pesar de no contar con la edad necesaria, en jurar como heredero al infante Fernando.
Cuando unos meses más tarde, desde agosto de 1462, la sublevación catalana alcanzó proporciones importantes y el condado se ofreció al monarca castellano Enrique IV, en el reino se perfila un bando catalanista, en el sentido de prestar su apoyo a la política de Cataluña en contra de Juan II; al frente de este partido, fomentado por el propio Enrique, se situaron Jaime de Aragón, hijo del duque de Gandía, en la zona de Albarracín, y Juan de Híjar, también en el sur del reino, a los que se adhirieron Alcañiz, Aliaga, Castellote y luego, por conquista, La Zaida, La Almolda, Albentosa, Rubielos y Sarrión, constituyendo un pasillo directo que ponía en contacto Castilla con el Ebro y Tortosa; igualmente en la zona de Veruela, hubo un movimiento de captación por parte de los castellanos, que alteró la región y puso en serios peligros a Tarazona, Borja, Magallón y otras poblaciones que tradicionalmente sufrían las consecuencias inmediatas de un enfrentamiento Aragón-Castilla,
Pero el que estos núcleos minoritarios y muy interesados se pusieran al lado de los rebeldes, no quiere decir que el reino se inclinara en seguida por este camino, sino más bien, que unos pocos elementos tomaron los dos partidos posibles y el grueso se mantuvo a la expectativa.
Así, mientras otros nobles y lugares (el arzobispo de Zaragoza, Pedro de Urrea, Martín de Lanuza, Felipe de Castro, Juan de Luna, Berenguer de Bardají, Rodrigo Rebolledo, etc.) apoyaban al rey y participaban en las primeras acciones militares, las Cortes del reino reunidas en Zaragoza en 1463, bajo la presidencia del infante Fernando, negaron auxilio oficial al monarca Juan II, a nivel conjunto, aunque a título particular siguieron los señores y los municipios ayudando con tropas y dinero.

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