viernes, 26 de julio de 2013

Tradiciones Mitos y Leyendas: Zaragoza III

Basado en la obra de D. Pablo Claramunt


CAPITULO III Agripa
Ocupaciones de los íberos -- De pacíficos habitantes se convierten en guerreros -- Malas noticias para Salduba. -- Derrota de Amílcar y su muerte.--Devastación de Salduba y reedificación de Agripa.
Hasta que Salduba recibiera el nuevo nombre con que encabezamos este capítulo, infinidad de tristes y graves sucesos se desarrollaron en la Península ibérica, ocasionados todos por los diferentes pueblos de Oriente y Occidente, que, ambiciosos de poseer las riquezas con que nuestro país les brindara en aquel entonces, á él acudían decididos á no perdonar medios hasta conseguir sus propósitos.
Pero como nuestra misión se refiere única y exclusivamente á dar lacónica, pero sucinta reseña de la gran historia de la por tantos títulos heroica y nobilísima ciudad, pasaremos por alto las guerras púnicas, toda vez que esto debe quedarse para los historiadores de los hechos de Aragón y de España.
Así, pues, diremos que los iberos en Salduba dedicábanse á la caza, al pastoreo de sus ganados y á laborar los terrenos feraces y llenísimos que á sus improvisadas y humildes viviendas circundaban.
Nada les preocupaba; solos, aislados, no parecía sino que estaban separados del resto del mundo: tal era la paz y ventura que gozaban, ignorantes de lo que es España y á pocas leguas de Salduba sucedía entre los naturales y fenicios, -nuevos invasores- primero, y después entre éstos y los cartagineses y romanos.
Dos siglos habían transcurrido así, y sin embargo, los habitantes de la pobre aldea Salduba (Zaragoza), continuaban en su pacífica y feliz existencia sin haber llegado á ella el más ligero grito de muerte y exterminio con que llenaban los aires los combatientes.
Como Salduba no había de quedar libre de las consecuencias de tan funestas guerras, un día vieron llegar sus habitantes á varios hombres que corriendo y rendidos por la fatiga fueron á caer junto á ellos.
A los gritos de ¡alerta! de tan inesperados huéspedes, los pacíficos aldeanos preguntárosles que quiénes eran y qué querían.
Los recién llegados pusiéronles al corriente de cuanto á corta distancia de ellos ocurría, diciéndoles que unos hombres feroces armados de cuchillas (se referían á los guerreros que mandaba Amilcar Barca) iban avanzando hacía aquel pueblo y que pronto morirían bajo sus terribles armas, serían talados sus campos y arrebatados sus ganados.
Ante tan funesto anuncio y convencidos los habitantes de Salduba de que era cierto cuanto los recién llegados les contaran, pronto cambiaron la honda por el arado y por el cayado la lanza, reuniéndose á poco numeroso ejército, que mandado por dos hermanos. Istolacio é Indortes, marcharon en busca de enemigos, que se encontraba en la falda opuesta del Moncayo, quedando Salduba habitada tan solo por inválidos, mujeres y niños.
Istolacio murió en la batalla, que fue terrible para los improvisados guerreros, pero Indortes, que pudo escapar con vida, juró vengar la derrota y muerte de su hermano. Reunió sus huestes, se agregaron otras y pocos días tardó en presentarse frente á Amilcar para disputarle el paso, pero con tan desastrosa suerte como en la primera.
Indortes, con diez mil hombres, quedó prisionero del general cartaginés Amílcar, pero conociendo este astuto militar lo difícil que era la custodia de tanta gente, les dió la libertad incondicional, menos al desgraciado Indortes á quien mandó crucificar.
Pronto llegó á Salduba la noticia de las dos derrotas y muerte de los dos hermanos, y con tan desagradable nueva nuevos refuerzos se aprestaron á la lucha decididos á disputar el paso á Amilcar; pero éste, al llegar al Ebro, supo que la suerte de sus armas le era adversa en la Bética (hoy Andalucía), cruzó á la orilla opuesta del río con ánimo de llegar a Tarragona, en cuyas costas se hallaban sus bajeles y de allí dirigirse a Málaga, por entender que este era el camino más corto y el menos expuesto á sufrir una avería.
Mientras, en Salduba se había reunido otro numeroso ejército, deseoso y ardiendo en ira por vengarse de las anteriores derrotas, pero pronto tuvieron noticia estos nuevos combatientes de que el triunfante Amilcar marchaba por el lado opuesto del Ebro; y efectivamente, pocos días después, los habitantes de esta población vieron desfilar junto á la opuesta orilla del río á los feroces invasores, contemplando aquéllos la disciplina y marcialidad de los guerreros, y éstos las cabañas é inmensa y feraz llanura de Salduba.
Entre tanto, el ejército que se improvisara en esta por entonces afortunada aldea, dirigiose hacia Fuentes de Ebro, por donde se cree lo cruzó, y reunidos en los llanos de Pina gran número de combatientes, pronto tuvieron ocasión de presentar batalla á Amilcar.
Creyó este, hasta entonces, afortunado general, que había de costarle muy poco ganar la batalla, pero sus armas fueron arrolladas, deshecho el ejército cartaginés que mandaba y él ahogado en las aguas del Ebro; pues ante tal desastre, antes que caer en manos de sus enemigos, al ver tan espantosa derrota, picó espuela á su caballo con ánimo de cruzar el Ebro, pero mal herido el corcel que montaba, no pudo resistir el empuje de las aguas, y antes de llegar al otro lado, caballo y caballero se sumergieron en el fondo del río.
Los vencedores, agitando al aire sus armas llenos de júbilo, hicieron votos por la libertad y la independencia de la patria y Salduba vuelve á gozar de la paz y ventura que antes disfrutaba.
Asdrúbal sucede á su suegro Amilcar, desembarca en España con numerosas huestes á los 226 años antes de Jesucristo, y uno de sus propósitos más fervientes es la venganza de sus antecesores y parientes.
Los saldubenses tienen noticia del arribó a España de Asdrubal y no se les ocultan sus aviesas intenciones ni las de sus sucesores, teniendo en cuenta que á las puertas de su aldea había sido deshecho Amilcar; mas hasta que esto ocurriera, se entregaron á sus diarias ocupaciones, mirando impasibles aquellas terribles luchas.
De vez en cuando llegaban á noticia de los saldubenses las espantosas catástrofes que los combatientes ocasionaban en toda la Península, y persuadidos de que algún día llegaría á sus viviendas la avalancha, procuraban de vez en cuando ponerse al corriente de cuanto sucedía, para que la catástrofe no les cogiera desprevenidos.
Corría el año 49 antes de J.C. y España era ya romana; sin embargo, la guerra no había concluido, Julio César y Pompeyo se disputaban el triunfo, los naturales del país se dividen en bandos, unos proclamando a Pompeyo y otros a César, y la guerra civil se enseñorea de nuestro desgraciado país.
Salduba escucha con regocijo las derrotas de Pompeyo y aplaude con entusiasmo á las victoriosas tropas de César, en cuyo favor se decide; pero cuando más olvidados estaban de las anteriores contiendas y menos temían, despiértense al oír lejanos sonidos de agudos clarines, inmensa polvareda les indica el camino que siguen los guerreros, y pronto se presentan ante su vista las armas de Pompeyo.
Pánico aterrador se apodera de ellos; los hombres mirábanse asombrados, los ancianos hincaban las rodillas é imploraban á sus dioses y las mujeres se mostraban llenas de espanto; en tanto, el ejército avanzaba y ya escuchaban el relinchar de los caballos; llegaron los enemigos á la aldea, encontrando breve pero heroica resistencia; y vencido aquel puñado de valientes,
Salduba fue entrada á saco y degollados todos sus habitantes; después, el fuego se encargó de no dejar más que humeantes escombros, hasta que Agripa, hijo político de César Augusto, al volver á Roma con los laureles de la victoria y pasar por las solitarias llanuras y ruinas de Salduba, le llamaron la atención y comenzó a reedificarla, dándole el nombre de Agripa.

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